¿Cómo es posible que la salud mental de la población haya empeorado a pesar del auge en la divulgación sobre psicología, autocuidado y conocimiento de uno mismo? ¿Y por qué las personas con mayor tendencia a centrarse en su identidad y autoconocimiento parecen ser las más angustiadas, confundidas y emocionalmente inestables? ¿Podría ser que esta nueva cultura de la terapia y el foco en la introspección estén empeorando las cosas?
Antes de hablaros del fenómeno de la saciedad de identidad, que podría ayudarnos a contestar estas preguntas, necesito situaros en otros procesos psicológicos en los que se basan los argumentos que voy a presentaros. Se trata de investigaciones sobre la saciedad semántica, los efectos de observarse en el espejo, y la práctica de la meditación. Por último, relacionaré todos estos procesos con la actual corriente que nos anima a reflexionar sobre nuestra identidad para conocernos mejor, a estar en esa continua introspección, y a la cultura de la psicoterapia
La saciedad semántica es esa extraña sensación que ocurre cuando repetimos una palabra muchas veces sin parar, hasta que acaba perdiendo el sentido para quien la pronuncia. Este fenómeno ha sido muy estudiado y es bastante fácil de poner a prueba. Intenta repetir una palabra rápidamente y en voz alta, y verás como llega un momento en el que la palabra dejará de tener sentido y parecerá incluso extraña, pues esto es experimentar la saciedad semántica.
Este fenómeno también llamado “saciedad del estímulo” se aplica tanto a los objetos como al lenguaje. Muchos estudios han encontrado que si miramos fijamente de forma sostenida durante varios minutos cualquier cosa, podemos llegar a experimentar lo que llamamos disociación y desrealización. También podemos llegar a sentir confusión e incertidumbre respecto a nuestra propia percepción.
Ahora imaginaros que miramos fijamente nuestra cara en el espejo. Si lo haces el suficiente tiempo, es probable que acabes distorsionando tu autopercepción, induciendo sentimientos de despersonalización e incluso provocando extrañas sensaciones corporales. Mantener esta especie de autoexamen persistente delante del espejo puede hacer que una persona sienta que no reconoce su propio rostro, que ya no se siente real, que su cuerpo no es igual que antes o que incluso ya no lo siente como su cuerpo. Lo más interesante es que parece que este efecto no solo ocurre con el sentido visual, sino también con la introspección mental. A esto se le ha llamado “saciedad de identidad”. En realidad este fenómeno ha sido estudiado durante miles de años por filosofías como el budismo y multitud de prácticas espirituales. Sabemos que períodos prolongados de introspección y contemplación interior pueden generar una sensación de pérdida de identidad, algo que afecta directamente a nuestra capacidad para reconocer los pensamientos, sentimientos e incluso el cuerpo como nuestros.
Los budistas ya desarrollaron métodos para provocar esta sensación de despersonalización, también insertada hoy en día en algunos ejercicios de meditación. Una de las prácticas más conocidas es la de mantener el foco de atención durante un largo periodo de tiempo para intentar encontrar dónde se localiza el “yo” en el cuerpo hasta que, al no conseguirlo, lleguemos a experimentar esa pérdida de identidad y sensación de confusión. Es algo muy parecido al conocido fenómeno de la pastilla de jabón, que cuanto más apretamos más se resbala: cuanto más intentas percibirte a ti mismo, más difícil se vuelve y más desorientado te encuentras. De la misma forma, un exceso de introspección mediante largos ejercicios de meditación en los que nos centremos en escuchar atentamente nuestros propios pensamientos, nos puede llevar a sentirnos ajenos a nuestro diálogo, separados de ese monólogo interior como si fuera algo extraño. Este es el fenómeno de saciedad de identidad por el cual sentimos esa despersonalización.
Pensemos también en todos los problemas que nos provocan el exceso de rumiaciones, que son esas introspecciones obsesivas sobre pensamientos o sensaciones internas, y que son síntomas de casi todos los trastornos de ansiedad, y de los cuadros de despersonalización y desrealización. De lo que hablo es de que tal vez las personas que se dedican más a la introspección puedan volverse cada vez más inseguras, ansiosas y confundidas. Este fenómeno podría explicar en gran medida los datos actuales que indican peor salud mental en los jóvenes, especialmente aquellos que son empujados a explorar y examinar de forma “reflexiva” sus propios sentimientos e ideas en relación a su cuerpo e identidad de género. En un momento además en el que sus cuerpos e identidades están en un estado de cambio continuo. Lo cierto es que la influencia de las redes sociales y medios de comunicación, e incluso las políticas de género insertadas también en los centros escolares de muchos países occidentales, fomentan estos debates y la introspección constante. El problema, por si no se adivina todavía, es que esto podría reproducir patrones de pensamiento que resulten en una peor comprensión, en mayor confusión y en una precipitación definiendo quiénes somos. Así que existen bastantes probabilidades de que este auge de la cultura de la terapia, el autoconocimiento, la autoayuda, y la introspección repetitiva, tenga un efecto opuesto muy contraproducente.
Sin duda alguna, la posibilidad de hablar con mayor libertad y apertura sobre la sexualidad o la identidad, es algo que debe favorecer a aquellos que ya luchan con la confusión de género. Pero es muy probable que se esté potenciando que otros niños y adolescentes rumien y se confundan con la saciedad de identidad, provocando el aumento espectacular que observamos en el número de personas que se identifican como no binarias o transgénero.
No pretendo simplificar el fenómeno del auge de las identidades transgénero, aunque sí señalar el posible efecto rebote de esta corriente de pensamiento instaurada en nuestras sociedades, que anima y alienta a que los jóvenes dediquen esfuerzos a rumiar sobre conceptos de sí mismo con los que la mayoría no habría tenido problemas de otra manera, pudiendo llegar a dudar de sus propias intuiciones sobre quienes son, al reflexionar sobre preguntas nada neutrales como: “¿Me siento como un chico?”, “¿Qué significa sentirse como un chico?” y “Creía que era un chico, pero ¿y si no lo soy?”
Este tipo de preguntas suelen ser en ocasiones confusas y difíciles de responder, incluso para adultos que no se ven afectados por la disforia de género. Así que pedirles a los niños que rumien de esta manera puede llevar a la confusión y la despersonalización o derealización a través de los mecanismos de los que ya he hablado. La saciedad de identidad puede llevarlos a decidir que son no binarios o transgénero, especialmente cuando además identificarse de esta manera es recompensado y premiado con reconocimiento y apoyo social.
Existen muchas investigaciones en psicología sobre neuroticismo, ansiedad y depresión, algo que nos ha permitido establecer con claridad la negativa conexión entre rumiaciones y salud mental. Esto junto con fenómenos de la psicología cognitiva como la saciedad semántica apoyan la idea de que la obsesión moderna con la identidad y el autoconocimiento probablemente sea errónea y perjudicial. La introspección recurrente es la marca distintiva de muchos trastornos psicológicos y más bien puede dificultar el autoconocimiento. Si nos comparamos con otros animales, no hay duda de que nuestra capacidad para reflexionar y ser autoconscientes ha supuesto una gran ventaja evolutiva, pero este recurso debe usarse de manera limitada y estratégica. Muchos enfoques de psicoterapia se esfuerzan por cambiar el foco desde el interior de la persona hacia el exterior para disminuir la angustia y la ansiedad, así que se puede argumentar que la conciencia debe dirigirse principalmente hacia afuera. No deberíamos alentar a los jóvenes, ni a nadie en realidad, a pasar una cantidad desmesurada de tiempo tratando de comprender conscientemente quiénes son a través de la introspección pura. Por lo general, es contraproducente y puede hacer que una persona se sienta más insegura sobre quién es.
Como animales especialmente sociales, nuestras identidades se negocian socialmente. Nuestras interacciones sociales y con el mundo externo proporcionan la mayor parte de la información relevante acerca de nuestro autoconcepto, de quiénes somos. Por lo tanto, deberíamos alentar a los jóvenes a simplemente ser, y permitir que sus identidades surjan a través de sus interacciones con el mundo, mediante el juego y la interacción social con otros, y con una introspección puntual y algunos ejercicios de autoconocimiento. Pasar tiempo con amigos y familiares, hacer ejercicio y mantenernos ocupados suelen ser más útiles que largas conversaciones sobre las propias ansiedades y quejas. Para la mayoría de las personas, la formación de la identidad es un proceso natural y automático, y así debería permanecer.
La otra teoría en la que se apoyan todos estos argumentos es la llamada “Hipótesis de la inflación de la prevalencia”, que plantea que el aumento de la concienciación sobre las enfermedades mentales puede inducir a algunas personas a autodiagnosticarse de forma incorrecta e innecesaria cuando experimentan problemas que más bien deberíamos normalizar.
El auge de divulgación sobre salud mental y la mayor consciencia de la población sobre el autocuidado, especialmente tras la pandemia, puede hacer que muchos comportamientos, pensamientos o emociones se incluyan de alguna forma en el ámbito del trastorno mental, y esto a su vez aumentar los autodiagnósticos.
Las consecuencias son por una parte que se mejora la alfabetización en salud mental, pero que también pueda aumentar la probabilidad de que muchas personas identifiquen erróneamente sus problemas como algo patológico. Los que nos dedicamos a la psicoterapia sabemos que las etiquetas diagnósticas pueden llevar a encorsetar a las personas, autolimitándolas al definir su identidad y psicologizarla, llegando a pensar que sus problemas son rasgos estables, duraderos y más difíciles de controlar y cambiar de lo que realmente son.
Por otra parte, este autodiagnóstico injustificado puede llevar a personas con un nivel normal o moderado de angustia a buscar ayuda terapéutica innecesaria e ineficaz. Por no hablar de cuando se recurre a pseudoterapias, influencers, o charlatanes. Una investigación australiana del 2023 presenta evidencia sobre cómo al recibir psicoterapia personas con un nivel de angustia leve, podemos generar más empeoramiento que mejora.
En conclusión, atravesamos una crisis de salud mental, y los tiempos que corren de divulgación sobre psicología en medios convencionales y redes sociales, podrían estar ampliando las definiciones de salud mental con frecuencia de forma contraproducente. Sin duda, hay personas que llevan tiempo beneficiándose de la normalización de los problemas mentales, reduciendo el estigma que aún mantienen. Pero tenemos que pensar con calma cómo podemos seguir hablando de salud mental sin patologizar lo cotidiano o psicologizándolo todo, para evitar generar ese efecto no deseado, el de la inflación de la prevalencia.
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