Tengo que empezar haciendo un repaso del concepto de Inteligencia Emocional, que no es más que un constructo psicológico que se suele describir como una destreza que nos permite conocer y manejar nuestras propias emociones, también interpretar o enfrentar las emociones de los demás, sentirnos satisfechos y ser eficaces en la vida a la vez que crear hábitos mentales que favorezcan nuestra propia efectividad en las tareas que llevamos a cabo en el día a día.
Las bases o pilares sobre los que se planteó la inteligencia emocional, hace ya más de 20 años, eran dos conceptos que todos asumimos por parecer de sentido común:
Primero, que las emociones aparecen de forma automática como consecuencia de todas las cosas que nos ocurren en nuestras vidas, y que a través de la razón podemos finalmente aprender a controlarlas, aprender a domar esa parte salvaje. Se utiliza con frecuencia la metáfora del jinete y el elefante, donde el jinete es la razón y el elefante la parte más emocional, para explicar cómo el jinete debe guiar los pasos del elefante.
Segundo, que es posible detectar las emociones de los demás con una cierta precisión. Es la idea de que nuestra cara y cuerpo muestran nuestro estado emocional, si estamos contentos, tristes, enfadados o asustados. Y que de hecho si prestamos suficiente atención podemos leer esas emociones de los demás como si se tratara de un libro abierto.
Estos dos principios están más que asumidos como una realidad, al menos en la cultura occidental. Tanto es así que incluso en muchos sistemas judiciales se contemplan los crímenes pasionales como una especie de secuestro de la emoción sobre la razón, algo que sirve de atenuante, frente a otros crímenes más planificados y calculados que no cuentan con esa indulgencia. También en economía se suelen diferenciar la parte emocional de la cognitiva en las decisiones que implican inversión de dinero. Y en nuestra vida cotidiana con frecuencia es un modelo mental que usamos para decidir si confiar más o menos en las personas que nos rodean: si actúan por emociones podemos disculpar más fácilmente una conducta que si le atribuimos intencionalidad y planificación. En algunos artículos anteriores os he hablado de toda esa teoría que habla de dos sistemas cognitivos, el frio y el caliente, que en gran parte se apoya en el concepto clásico de la emoción.
En ese sentido, hoy en día, muchos neurocientíficos siguen viendo al fenómeno de las emociones como la parte primitiva de nuestro cerebro. Y esta especie de batalla entre la razón y la emoción ha sido una de las grandes narraciones de la civilización occidental. Es la idea de que la razón es lo que nos separa de los animales.
Hasta aquí algunas de las ideas básicas sobre lo que creíamos que sabíamos acerca de las emociones. Y ahora es cuando os cuento que en los últimos años estamos asistiendo a un cambio de paradigma que rompe con muchas de estas ideas. La cabecilla de la revuelta es Lisa Feldman Barrett, profesora de psicología, neurocientífica y superinvestigadora: es considerada la mente más privilegiada en el estudio de las emociones desde Darwin. Figura entre ese 1% de autores más citados en revistas científicas. Aunque en las notas enlazaré a algunos de sus trabajos, recomiendo la lectura de su libro “La vida secreta del cerebro”, además de ver su genial charla Ted de 2018 en la que explica gran parte de sus hallazgos.
Aunque no os lo creáis, son muchas las investigaciones que indican cómo que se repita en diferentes personas y culturas. Además de esto, cada vez más neurocientíficos plantean claramente que el cerebro no tiene procesos diferentes para las emociones y las cogniciones, y por tanto uno no puede tener control sobre el otro. La cuestión es que nuestra experiencia subjetiva con las emociones parece que no refleja la biología de lo que ocurre dentro.
Voy a intentar contaros lo que parece que vamos averiguando en 2020 sobre cómo funcionan de verdad las emociones, así que vamos a empezar por actualizar de forma radical gran parte de las ideas que seguimos asumiendo acerca de la inteligencia emocional.
Vamos con la idea de que podemos detectar las emociones en los demás de una forma más o menos precisa. Parece una idea razonable así de entrada, de un vistazo podemos ver el lenguaje corporal de otra persona para adivinar cómo se encuentra. Una sonrisa no significa lo mismo que una mirada perdida, ¿no? Los brazos hacía abajo y la cara mirando al suelo creemos que indican tristeza mientras que los brazos abiertos y la cara hacía arriba indicaría un mejor estado de ánimo. Uno de los problemas es que en la vida real las cosas no son así de claras con frecuencia. Hay personas felices que a veces sonríen y a veces no. Podemos llorar de alegría, y sonreír cuando estamos tristes. Alguien con mala cara podría estar enfadado, cansado o solamente tener una digestión pesada. Poca gente sabe que no hemos encontrado ninguna emoción que tenga una expresión corporal y facial específica y que se repita de forma consistente. Lo que en investigación se llaman las huellas dactilares de las emociones.
Así que en muchas ocasiones la mejor forma de detectar las emociones de los demás no es observar la expresión de su cara o de su cuerpo. Son muchos los estudios que han confirmado todo esto que os cuento. Una de las cosas que se suele hacer en los experimentos es colocar electrodos en la cara de los participantes para registrar los movimientos de los cientos de músculos faciales que conforman nuestra expresión. Y lo que observan es que se mueven de formas muy diferentes, no de una manera consistente, cuando los propios sujetos experimentales dicen sentir una misma emoción. Por ejemplo cuando estamos preocupados, se ha visto repetidamente cómo el cuerpo no muestra una respuesta única y consistente, sino una diferente frecuencia cardíaca, ritmo respiratorio, presión arterial, sudoración, e incluso expresión facial.
También hemos visto que en el cerebro, cuando ocurre una misma emoción, como el miedo, se activan patrones diferentes en cada ocasión, tanto en una misma persona como entre diferentes personas. Esta diversidad de respuestas no es algo aleatorio, sino que parece que la expresión de emociones está muy asociada a la situación en la que estás en cada momento. En resumen, cuando se trata de leer emociones en los demás, la cara y el cuerpo no son necesariamente el espejo del alma. En cambio, la variedad es más bien la norma.
Es cierto que parece haber una diferencia entre interpretar a personas que ya conocemos bien y el resto de personas. Los años de experiencia aprendiendo lo que significan las caras que pone tu pareja en diferentes situaciones sí nos ayudan a ganar bastante precisión en todo esto de detectar emociones en los demás. Pero es una teoría que elaboramos para una persona y que no tiene por qué ser aplicable a otra.
La segunda idea que damos por cierta es que las emociones se pueden controlar a través de la razón. Las emociones suelen verse como esa bestia interior que necesita ser domesticada por nuestra parte más racional. Sin embargo, para cada vez más científicos esta idea nace de una visión falsa o errónea sobre nuestro cerebro y su evolución. Artículos y libros que hablan sobre inteligencia emocional explican cómo nuestro cerebro tiene una parte más primitiva, el cerebro reptiliano, otra capa emocional más propia de los mamíferos, y por último la parte más desarrollada del cerebro que hace de centro de control lógico y que es propio del homo sapiens. A este modelo de 3 capas se le denomina el cerebro triúnico, y se hizo popular a mediados de siglo pasado. Y sin embargo, no hay ninguna base científica para seguir afirmando que el cerebro ha evolucionado en capas, como desde la geología se puede argumentar de la superficie de nuestro planeta Tierra.
Entonces ¿de qué otra forma se puede ver? Pues sería más parecido al funcionamiento de una empresa o de una familia, conforme va creciendo y aumentando el número de empleados o de miembros, se va reorganizando. Después de décadas de investigación en neurociencia, una de las cosas que sabemos con bastante claridad es que no hay zonas específicas dedicadas a los pensamientos o a las emociones. Las dos cosas están producidas por todo tu cerebro y millones de neuronas trabajando a la vez.
La diferencia entre tu cerebro y el de un chimpancé no tiene tanto que ver con tener una capa de corteza más desarrollada evolutivamente sino con el diferente cableado de las neuronas.
Así que el cerebro crea todos los pensamientos, emociones y percepciones sobre la marcha, según sea necesario. Es un proceso automático de construcción orientado únicamente a mantenerte con vida, en buen estado, como para desarrollarte cuando eres joven y finalmente tener la opción de reproducirte y perpetuar la especie. Y esta es la idea más importante: la manera en la que tu cerebro hace eso es prediciendo continuamente su entorno. Y estas predicciones se acaban convirtiendo en lo que tú sientes y en las expresiones que percibes en los otros.
Vamos a explicar todo esto bien: Imaginaros que estamos en una habitación oscura recibiendo datos de diferentes sensores… olfato, vista, oido, tacto, gusto, y añadamos más sensores propioceptivos para detectar nuestro propio movimiento y equilibrio, junto con muchos más sensores internos para detectar nuestra propia temperatura, sudoración, respiración, frecuencia cardíaca, etc. Nuestra función con todos esos datos entrando sin parar dentro de esa habitación oscura es la de adivinar qué está ocurriendo para permanecer vivos. Tenemos un ordenador con un app de base de datos para ir apuntando toda la experiencia que vamos aprendiendo de esas señales, lo que significan, cómo de peligrosas son, de placenteras, o si no parecen en absoluto relevantes. Bienvenidos a vuestro cerebro, esa masa de neuronas encerradas a oscuras en el cráneo.
Todas nuestras experiencias son predicciones que hemos ido construyendo de lo que hay en el mundo exterior. Y para hacer esas predicciones tu cerebro se basa en la experiencia previa, en lo que ha ido anotando en la base de datos, qué te sirvió y qué no en una situación similar y te puede ser útil de nuevo.
Así que con este nuevo paradigma, las emociones son conjeturas que hacemos al instante para predecir nuestro entorno. No es una app que ya venga instalada en el ordenador, no son innatas, se construyen por nuestra experiencia.
Hacemos conjeturas, adivinamos patrones sobre lo que nos rodea (por ejemplo: si vemos un dibujo con diferentes manchas y nuestro cerebro busca alguna relación con alguna experiencia pasada que nos dé pistas sobre lo que estamos viendo). Y ante las mismas sensaciones físicas internas también podemos construir emociones diferentes, dependiendo de la situación. Así que las emociones que creemos que nos suceden, son en realidad una construcción.
Construir teorías y hacer predicciones es lo que hacemos continuamente, una de las tareas más fundamentales del cerebro, y es algo que ocurre rápido, sobre la marcha. Por tanto, el cerebro no reacciona el mundo que le rodea, sino que hace predicciones y construye nuestra experiencia del mundo.
Pensemos ahora en cómo interpretamos las emociones de otros. Nuestra interpretación sobre cómo se sienten los demás es una pura predicción. Cuando miramos a alguien a la cara creemos poder entender o adivinar cómo se siente, leer las emociones por sus expresiones faciales. Pero en realidad, nuestro cerebro esta haciendo predicciones, está usando experiencias pasadas basándonos en situaciones similares para intentar darle un sentido. Así que las emociones que creemos ver y detectar en otras personas, realmente vienen en gran parte de nuestra experiencia previa. La forma en la que experimentamos nuestras propias emociones ocurre exactamente por el mismo proceso. Nuestro cerebro hace conjeturas y predicciones que construye en el momento con la participación de millones de neuronas trabajando al mismo tiempo.
Según las últimas investigaciones, parece sin embargo que el cerebro sí que viene precableado para sentir algunas sensaciones fisiológicas que vienen del cuerpo.
Cuando nacemos tenemos sensaciones simples de calma o nerviosismo, comodidad o incomodidad, etc. Pero estas sensaciones simples no son emociones. En realidad son más bien como una aplicación en el cerebro que monitoriza todo el tiempo cómo está nuestro cuerpo. Son los datos de los sensores que nos dan información sobre temperatura, dolor, tensión, placer, etc. Pero esa información es muy básica, y debe ser interpretada por nuestro cerebro atendiendo a muchos más factores, como el contexto en el que estamos, lo que estamos haciendo, nuestra experiencia previa, … básicamente para saber qué hacer con esas sensaciones y si dispara las alarmas o no.
Más de una vez os he hablado de las reacciones de alerta que evolutivamente nos han ayudado a sobrevivir, que se activan de una forma casi instantánea, y ahora podemos empezar a ver que muchas de esas reacciones que pensábamos que eran poco modificables por ser parte de nuestro cableado evolutivo, pueden ser modificadas si hacemos otro tipo de predicciones al tener la sensación.
Es lo que ocurre en terapia cuando abordamos muchos problemas de ansiedad (como reacción fisiológica de peligro). Ofrecemos un marco de interpretación diferente, otras explicaciones, para que la construcción a esas sensaciones no sea de alarma y se pueda desactivar ese nerviosismo, ignorarlo como forma de que desaparezca, o interpretarlo como una señal fisiológica que nos prepara para actuar ante una situación desafiante, como puede ser un examen o una charla en público.
Cuando en una situación en la que sentimos ciertas sensaciones físicas como palpitaciones o el estómago dando vueltas, cambiamos nuestra interpretación, estamos ayudando a que en siguientes ocasiones nuestro cerebro haga otras predicciones menos alarmantes, de forma que estamos cambiando nuestra experiencia emocional, la estamos construyendo nosotros. En el sentido opuesto, si antes de un examen, hacemos la predicción de que vamos a bloquearnos de nuevo y quedarnos en blanco, en cuanto aparezcan esas primeras sensaciones físicas vamos a disparar aún más la ansiedad. A este efecto se le suele llamar profecía autocumplida o efecto nocebo (del que hablé en un artículo anterior).
Este es uno de los motivos que pueden explicar por qué funciona tan bien la visualización positiva en deportistas de élite, que hacen habitualmente ejercicios mentales en los que imaginan con todo lujo de detalles cómo será su carrera perfecta en el caso de atletas, algo que impacta en las predicciones que su cerebro hará durante la misma carrera.
Uno de los problemas más típicos bajo mi punto de vista, es sobreinterpretar, hacer más predicciones de la cuenta. Que tengamos sensaciones físicas a las que atribuyamos un significado más dramático o relevante de lo que realmente es. Podemos tener sensaciones de angustia, nerviosismo, incomodidad, palpitaciones, mareo, sudoración, por causas meramente físicas, como hambre, deshidratación, cambios hormonales, cansancio, falta de descanso por dormir mal… y hacer la interpretación de que se debe a que empieza otro día más de agobio, o que es una muestra de infelicidad, de que algo no va bien, o de que aún no has superado la ruptura con tu pareja, es una predicción que construye emociones de depresión o tristeza, cuando sólo había sensaciones físicas.
Nada de esto quiere decir que con un par de estrategias mentales podamos reinterpretar un estado fuerte de depresión o ansiedad, o hacer que problemas reales a los que nos enfrentamos se conviertan en unicornios con arcoíris en nuestra cabeza. Es sólo que podemos entender que tenemos más control del que pensamos sobre muchas reacciones emocionales que tenemos ante sensaciones físicas o también frente a situaciones que nos ocurren y que interpretamos como amenazas. Cortocircuitar parte de estas reacciones tan aprendidas nos puede ayudar a reducir el sufrimiento emocional y todas las limitaciones que nos generan en nuestras vidas. Se trata de construir una experiencia diferente que cambie nuestra forma de predecir.
Y una reflexión que añado en este punto: tener más control sobre nuestras emociones también implica mayor responsabilidad. Si no podemos excusarnos en que es nuestra parte primitiva de Homo Sapiens que nos lleva a actuar automáticamente de una forma, nos convertimos en un poco más responsables de nuestras acciones. No es que seamos culpables de nuestras emociones que nos llevan a actuar de una forma, sino que la forma de actuar en un momento concreto y de hacer interpretaciones en esa situación influirán en las predicciones que nuestro cerebro hará en el futuro.
La inteligencia emocional, por tanto, requiere un cerebro que haga predicciones manejando de forma flexible un amplio rango de emociones. Si ante una situación concreta tu cerebro tiene mayor cantidad de registros pasados para identificar lo que ocurre, será más efectivo haciendo predicciones precisas. Si en cambio tu cerebro solo predice que una sonrisa significa que alguien está feliz, ese será el filtro estereotipado que aplicará y mayor será la limitación para percibir la riqueza del entorno, y posiblemente peor será tu respuesta ante esa situación. A esta habilidad se le ha llamado GRANULARIDAD EMOCIONAL.
Cómo si de granos de café se tratase, cada uno diferente del otro, la granularidad emocional nos permite ser más sofisticados interpretando las señales emocionales.
La granularidad emocional es una destreza que nos permite hilar mucho más fino, y también implica manejar un lenguaje mucho más amplio para definir las emociones: no es lo mismo estar sorprendido, que fascinado, asustado, anonadado o impactado. Para alguien con poca granularidad emocional, todos estos términos le pueden sonar a lo mismo.
Así que la granularidad emocional podría ser la clave para aumentar nuestra inteligencia emocional. Si tu cerebro puede hacer predicciones más precisas de las sensaciones físicas de tu propio cuerpo, así como de todos los estímulos que llegan del exterior, tendrá mayor capacidad para interpretar y predecir lo que viene a continuación y por tanto cómo actuar y qué emociones construir.
Esto tiene implicaciones interesantes sobre esa actitud de inquietud y curiosidad intelectual de la que más de una vez he hablado. Al aprender nuevas palabras, al aumentar tu conocimiento y cultura, estás mejorando tu cableado cerebral, y por tanto aumentando los recursos para construir nuevas experiencias emocionales. Cuantas más emociones conozcas, mayor precisión también para predecir las emociones de los demás.
Estas ideas son todo un apoyo a los conocidos emocionarios que se pusieron de moda hace algunos años. Libros orientados a los niños para ayudarles a identificar y poner nombre a una gran cantidad de emociones. Una buena forma de aumentar desde pequeños la granularidad emocional. Este planteamiento de que aumentar tu vocabulario emocional mejora tu granularidad esta basado en evidencias científicas. Tu cerebro no es estático, sabemos que cambia su cableado con las nuevas experiencias.
En terapia no es raro ver cómo una persona te intenta explicar exactamente cómo se sintió en una situación concreta, esforzándose por encontrar la palabra que mejor lo describe. En muchas ocasiones, somos nosotros los psicoterapeutas los que sugerimos exactamente la emoción que mejor refleja lo que la persona te narra. El efecto al nombrar con precisión esa sensación suele ser agradable y liberador. Por desgracia, esto deja entrever la escasa atención que se sigue prestando a la educación emocional desde que somos pequeños.
Otra área interesante relacionada con todo esto es la del aprendizaje de idiomas. Ya hablé sobre el bilingüismo en otro artículo, de sus muchas ventajas y beneficios. Las personas que manejan más idiomas tienen un mayor repertorio de palabras para describir emociones. Algunos ejemplos, en alemán existe un término para describir ese placer que podemos sentir a veces ante las desgracias ajenas de una persona a la que le tengamos manía. Lo llaman “schadenfreude”. Los filipinos utilizan “Gigil” para explicar ese fuerte deseo que podemos sentir de estrujar o apretar algo que nos parece adorable. Y los esquimales usan “iktsuarpok” para describir esa impaciencia que sentimos cuando estamos esperando que llegue alguien que deseamos ver. Conforme conocemos más términos de otras lenguas para describir emociones, más probable es que percibamos esas emociones en los demás e incluso en nosotros mismos.
Desde el Centro Yale para la inteligencia emocional publicaron resultados que apoyan todas estas afirmaciones. Las personas que construyen con mayor precisión o granularidad sus experiencias emocionales tienen ventajas añadidas. En los niños se vio que el mayor vocabulario emocional mejoraba su rendimiento académico y sus relaciones sociales. En adultos comprobaron además que presentaban mejor salud, con menor número de visitas al médico, menor uso de medicación y períodos de hospitalización más cortos.
Un último apunte importante que ya adelantaba antes. La inteligencia emocional también va de no sobreinterpretar todo en términos emocionales. Se trata de ser más preciso, e incluso pararse a pensar si se trata de sensaciones físicas sólo y no hay que sacar más conclusiones de la cuenta. No olvidemos que la mente está siempre haciendo predicciones, y a veces las predicciones son erróneas.
Hace más de dos décadas, cuando se publicó la Inteligencia Emocional de Goleman, los científicos no conocían bien este funcionamiento del cerebro mediante predicciones, y cómo las palabras moldean nuestra experiencia y los circuitos del cerebro. El concepto de granularidad emocional viene a cambiar todo eso, y gracias a Lisa Feldman contamos ahora con investigaciones que soportan estas ideas. Así es como funciona la ciencia, nuevos estudios, nuevos datos, nuevas explicaciones.
Notas
Lisa Feldman Barrett y uno de sus estudios más recientes sobre diferenciación emocional. Aquí podéis comprar su libro “La vida secreta del cerebro”, y esta es la charla TED. Para curiosear más, esta es su biografía.
Artículo de Richard Pond sobre emociones y moderación de la agresión. Todd Kashdan y cols. En su investigación sobre emociones y abuso de alcohol. Por último, Annette Stanton y su equipo en su artículo sobre el trabajo relacionando cáncer de mama y manejo de emociones.